Adiós
¡Adiós! si dicha se concede al hombre
de una plegaria en premio, ésta tu nombre
elevará hasta el trono del Señor.
Promesas, quejas, llanto, fueran vanos;
más que el lloro, exprimido, ya sangrante,
de ojos sin luz, tenaz remordimiento
esta palabra dice… ¡Adiós! ¡Adiós!
Secos están mis ojos, extinguida
mi voz, pero al dejarte, de mi vida
se adueña para siempre un gran dolor.
Aunque el pesar y la pasión torturan
mi corazón, quejarse no le es dado…
Yo sólo sé que en vano hemos amado…
Sólo puedo sentir… ¡Adiós! adiós.
Canción del corsario
En su fondo mi alma lleva un tierno secreto
solitario y perdido, que yace reposado;
mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,
como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.
Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta,
hay en su centro a modo de fúnebre velón,
pero su luz parece no haber brillado nunca:
ni alumbra ni combate mi negra situación.
¡No me olvides!… Si un día pasaras por mi tumba,
tu pensamiento un punto reclina en mí, perdido…
La pena que mi pecho no arrostrara, la única,
es pensar que en el tuyo pudiera hallar olvido.
escucha, locas, tímidas, mis últimas palabras
-la virtud a los muertos no niega ese favor-;
dame… cuanto pedí. Dedícame una lágrima,
¡la sola recompensa en pago de tu amor!…